Puede sorprender que los hijos no sigan el ejemplo de sus padres en cuanto a la fe en Dios. Igualmente inesperado es que una persona que proviene de una familia donde la fe no existe se entregue a Cristo. En todas las generaciones, cada ser humano debe elegir.

Samuel fue un gran hombre de Dios que designó como líderes de Israel a sus dos hijos, Joel y Abías (1 Samuel 8:1-2). Sin embargo, a diferencia de su padre, ambos eran corruptos y «se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho» (v. 3). No obstante, años después, vemos que Hemán, el hijo de Joel, fue designado músico en la casa del Señor (1 Crónicas 6:31-33). Este nieto de Samuel (junto con Asaf, su mano derecha y autor de numerosos salmos) sirvió al Señor entonando cánticos de gozo (15:16-17).

Aunque una persona parezca indiferente a la fe tan preciosa de sus padres, Dios sigue obrando. Con el tiempo, las cosas pueden cambiar, y las semillas de la fe pueden brotar en la vida de las generaciones futuras.

Cualquiera que sea la situación familiar, sabemos que «el Señor es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones».